(Relato estremecedor que cuenta los pensamientos de un perro en primera persona instantes después de ser atropellado por un vehí­culo en una carretera. Dedicado a todas aquellas personas crueles y sin corazón que abandonan a su suerte a sus mascotas simplemente porque ya son un estorbo en su vida...) 

Lento, torpe y enfermo de soledad intenté cruzar la autopista. Intuí­a el peligro que corrí­a al hacerlo en mi situación, pero cometí­ el error de escuchar el canto de sirena del otro lado. Ahora sé que nunca debí­ dar ese paso, que me equivoqué de decisión y de camino para regresar a la casa de la que mi amo me sacó un dí­a para abandonarme en un vieja fábrica alejada de la ciudad y, supongo, de la conciencia.

No quise aceptar que mi mejor amigo durante tantos años fuera capaz de considerarme un estorbo en su vida. Apenas siento el cuerpo y el frí­o crece cuando los coches pasan como flechas de viento junto a mí­ evitándome. Sé que voy a morir aquí­ y, sin embargo, no le guardo rencor. Me vence la tristeza por él, con quien compartí­ juegos y algunos secretos del complejo y apasionante corazón humano que me confesó a veces en voz alta y en otras ocasiones con lágrimas. Siempre estuve a su lado por nada, puede que por alguna caricia desinteresada en la vejez o por haberle hecho más felices los amaneceres en los que corrí­amos por el parque cuando yo sólo era un cachorro. 

Se me va el alma y apenas puedo ver ya un hilo de sangre que escribe en el asfalto los últimos instantes de mi existencia. Ahora que me abordan las dudas y me abandona el aliento aquí­ tirado e inerme, me pregunto por qué se marchitó la amistad, por qué me llevó con engaños a un lugar despojado de sentimientos y huyó antes de que pudiera darme la vuelta para al menos despedirle. Pese a todo mi último latido será para él.